No se si para bien o para mal, la saga Harry Potter está ya en su tramo final. Han pasado muchos años desde que aquel joven Potter de 11 años recibiese el mejor regalo de cumpleaños que un chico jamás pudiese haber soñado, el don de ser mago y no un mago ordinario cualquiera, si no el único mago capaz de sobrevivir a la magia de Lord Voldemort, el mago más oscuro de todos los tiempos. Muchos cumpleaños después, por fin 'el elegido' Harry Potter se enfrenta a su destino en la entrega más oscura, más aún que el propio libro, fiel y por qué no, realista de la extensa saga.
Sinopsis: Harry, Ron y Hermione se disponen a emprender la peligrosa misión de localizar y destruir el secreto de la inmortalidad y de la capacidad de destrucción de Voldemort: los Horrocruxes. Solos, sin la ayuda de sus profesores ni la protección de Dumbledore, los tres amigos deben confiar los unos en los otros más que nunca. Sin embargo, entre ellos se interponen fuerzas oscuras que amenazan con separarlos. Mientras tanto, el mundo de la magia se ha convertido en un lugar peligroso para los enemigos del Señor Oscuro. La tan temida guerra ha comenzado y los mortífagos de Voldemort han tomado el control del Ministerio de Magia e incluso de Hogwarts, donde aterrorizan y arrestan a cualquiera que se oponga a ellos. Sin embargo, el trofeo que buscan es el más valioso para Voldemort: Harry Potter. La única esperanza de Harry es encontrar los Horcruxes antes de que Voldemort lo encuentre a él. Mientras busca pistas, destapa una vieja y casi olvidada historia: la leyenda de las reliquias de la muerte. Y si ésta resultara ser cierta, podría dar a Voldemort el poder definitivo que él ansía.
Básicamente, ‘Harry Potter y las reliquias de la muerte: parte I’ es una historia de responsabilidad, de inconformismo, de amor y amistad, de cómo luchar con uñas y dientes por nuestro futuro, sin importar cuántas cosas podamos perder en el camino.
De esa escena inicial en la mansión de los Malfoy percibimos una frialdad que hasta la anterior entrega era casi inédita en la saga (sobervio Alan Rickman con apenas unos segundos en pantalla) y que hemos podido echar en falta en otras entregas como 'Harry Potter y la Orden del Fénix' (que supuso la primera incursión del director actual David Yates.) Aquí nuestros héroes son perseguidos y torturados. Esta ya no es la película para todos los públicos que se estrenaba por allá en 2001.
La acción es una vez más espectacular, y por vez primera en la saga apenas hay un solo momento de respiro. También lo son los efectos especiales, todas las persecuciones son vibrantes. Hay lugar para grandes interpretaciones, la química es innegable- Daniel Radcliffe, Emma Watson y Rupert Grint han crecido a lo largo de las películas y eso se nota especialmente en las escenas más dramáticas. Mención aparte para el regreso de uno de los personajes más añorados y queridos por el público con permiso de la maravillosa Luna Lovegood, el elfo doméstico, perdon libre- Dobby. Pese a que ha cambiado bastante en comparación con el Dobby de 'Harry Potter y la Cámara Secreta', vuelve en forma para darnos la escena más memorable de esta penúltima entrega.
El metraje de cerca de dos horas y media de duración, no resulta excesivo en ningún momento porque el ritmo no decae gracias a la excelente dirección de David Yates.
Quizá, lo único que le podríamos echar en cara a Yates es que probablemente muchos espectadores lo tengan fráncamente difícil para meterse de golpe en la historia por la sobrecarga de personajes secundarios, pero es que es difícil satisfacer del todo a un espectador nuevo cuando se trata de una séptima entrega.
Habiendo invertido mi tiempo y dinero durante tantos años en el mundo fantástico de Potter, es un orgullo decir con palabras mayúsculas que como película, ‘Harry Potter y las reliquias de la muerte: parte I’ es la mejor adaptación de un libro hecha película, y no me cabe duda alguna que la entrega final será la que ponga el broche de oro a esta grandísima saga cinematográfica.
Lo mejor: El ritmo de la película no decae en ningún momento y la acción está repartida a la perfección.
Lo peor: Absolutamente nada.
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